México y la lucha eterna por encontrar un estilo de juego
El legendario entrenador mexicano Ignacio Trelles quería derrumbar para siempre el desastroso legado que México había construido hasta el momento, con una selección que había pasado vergüenzas ante los ojos del planeta. Luego de disputar tres de las cinco Copas del Mundo que la FIFA había organizado hasta entonces, el Tri no había ganado un solo partido.
Con miras al Mundial de Chile 1962, y tras implementar un entrenamiento “novedoso” en suelo nacional, Trelles creyó que jugar contra Inglaterra en el mítico Wembley iba a ser el último impulso para sus ambiciosos planes. No obstante, una derrota de 8-0 –con tres goles del mítico Bobby Charlton y uno más de Bobby Robson— puso en su lugar a la ilusión mexicana.
Después del partido, que había generado expectativa en México por los resultados que podría dejar el entrenamiento del visionario Trelles, el entrenador inglés Walter Winterbottom fue entrevistado y, cuestionado por la paupérrima actuación del equipo rival, fue tajante al decir que los mexicanos habían corrido por toda la cancha como “conejos asustados”.
Esa frase provocaría las burlas de todo México contra su selección, un factor que aprovechó el periodista Manuel Seyde, quien afiló su pluma y al día siguiente no tuvo piedad con la escuadra verde en su reconocida columna ‘Temas del Día’ del prestigioso diario Excélsior. En unos cuántos párrafos, y como lo había hecho otras tantas veces, criticó a la selección mexicana y dejó un mote para posteridad del periodismo deportivo nacional al llamar “ratones verdes” a los jugadores, por considerarlos animales de laboratorio en los experimentos infructuosos de Trelles.
La búsqueda de una identidad por medio siglo
El fatídico apodo ha provocado desde entonces un debate sobre la idiosincrasia futbolística de México y si el país tiene un estilo de juego desde las virtudes de sus futbolistas y sus aspiraciones. Con vaivenes provocados por derrotas difíciles de asimilar y otras no tanto en los últimos 53 años, esas discusiones no han podido encontrar un punto de acuerdo para definir al fútbol nacional.
El eterno enfoque del estilo fue retomado por Javier Aguirre en la conferencia de prensa posterior al empate sin goles frente a Canadá; la segunda actuación vergonzosa que México protagonizó en menos de cuatro días, tras la deslucida victoria contra Nueva Zelanda, en medio de escenarios desolados y lejos del furor que la selección provocaba hasta hace no mucho tiempo.
"No hay estilo de momento. Distintos partidos, y los vamos viendo en función de lo que encontremos en el camino", les respondió Aguirre a los periodistas en la sala de prensa del AT&T Stadium de Arlington, casa de los Dallas Cowboys de la NFL y un recinto que México sólo pudo llenar a la mitad de su capacidad.
El ‘Vasco’, graduado en la escuela pragmática del juego, capaz de sacarle provecho a las virtudes de sus jugadores y enfocado en obtener resultados, sabe que, más allá de esas virtudes que ha ido construyendo a lo largo de su carrera, hay una necesidad ancestral de que el mexicano futbolero se sienta representado por su selección desde el juego, y más allá de una actitud innegociable a la hora de afrontar un partido.
Hasta la eliminación en fase de grupos en el Mundial de Catar 2022, el Tri había vivido tres décadas de impulso y crecimiento constante, con sus respectivas derrotas memorables y episodios esporádicos de ilusión nacional. En esa época dorada, que arrancó en 1993, durante la Copa América de Ecuador –la primera de México en su historia— la selección nacional vivió distintas fases en una bipolaridad futbolística que nunca pudo encontrar un estilo definido.
Y aunque hubo cuestiones en común en cada proceso y camadas de jugadores, como la apertura a aprender rápido cuestiones tácticas de pelota parada, tal vez la época en la que se dejó una huella que hizo sentir orgulloso al país fue bajo el mando del argentino Ricardo Antonio La Volpe y una línea dinámica de tres defensores.
En pleno mundial de Alemania en 2006, Pep Guardiola quedó tan impresionado con el fútbol que estaba mostrando México que escribió una afamada columna en el Diario El País en la que valoraba a su entrenador y a sus futbolistas, pero sobre todo su forma de querer siempre la pelota, incluso desde el saque de arco.
Con el sexy titular ‘Salir de novios’, Pep explicó la maravillosa forma en la que México salía jugando desde los pies de su arquero para intentar jugar, jugar y después jugar. Desde entonces, quedó instalado en el argot futbolístico del Mundo el término ‘salida lavolpiana’, una forma de tener superioridad numérica desde abajo y llegar con dinámica a gol.
El amorío de Guardiola fue tanto que el catalán aceptó la oferta para jugar en el exótico Dorados de Michoacán y, años después cuando fue nombrado entrenador del FC Barcelona, le pedía constantemente a Rafa Márquez que le contara todos los detalles que La volpe hacía en los entrenamientos del Tri.
Desde entonces, los mexicanos sueñan con volver a tener una selección que proponga y se plante de tú a tú frente a cualquier rival y ante cualquier circunstancia. Dejando contextos de lado que han perjudicado el desarrollo de futbolistas y han aminorado la calidad de los seleccionados, y con una evidente desproporción de su pasión alejada de la realidad, el aficionado promedio recuerda con nostalgia aquella época.
Para tristeza de la pasión comunal del país, en dos partidos bajo el mando de Javier Aguirre, parece ser que será otro proceso en el que, más allá de los resultados que pueda o no conseguir, la identidad y el estilo seguirán siendo una deuda pendiente, como lo ha sido siempre.
Un año después de aquella derrota histórica en Wembley, Trelles pasó a la historia del fútbol mexicano al conseguir la primera victoria de la selección nacional en una justa mundialista tras vencer a Eslovaquia en Viña del Mar. Ahora, a más de 50 años de aquel triunfo, Aguirre espera que su ciclo, que ha comenzado con actuaciones depresivas, termine con un acto histórico en el próximo Mundial, aunque el estilo mexicano siga siendo para siempre una simple utopía.